Hoy haré referencia a mis barbadas adaptadas, que uso desde hace ya bastantes años, y os presento la última que ha hecho mi padre, Tomeu Febrer. Esta es para mi viola. Y se trata de la protección mínima para el cordal, dado que yo uso barbadas centrales con todos mis instrumentos.
Para mí, personalizar la barbada se puede resumir en algo tan sencillo como el hecho de buscar la manera de tocar lo más cómoda posible, y que a su vez sea lo más parecida posible a modelos que ya se habían inventado y usado en el pasado.
Después de muchos años de probar y no encontrar lo que a mí me iba bien, me aproveché del oficio de mi padre (ebanista), y nos pusimos a investigar un poco, a partir de algunas preguntas tipo: “¿Cómo eran las barbadas antes de estandarizarse?”, “¿Por qué no estoy cómoda con NINGUNA barbada central o lateral?”, o...“¿Realmente hace falta que sean TAN grandes, si yo solamente uso una pequeña parte de ellas?”.
Hace unos años estaba en Cremona en casa de mi luthier, Mathijs Heyligers, y hablábamos de instrumentos antiguos. Y salió el tema de mi barbada. Me preguntó “¿quién te la ha hecho?”. Le expliqué mi teoría al respecto, y me dijo “mira esto”, y sacó una caja llena de barbadas antiguas: laterales, centrales, pequeñas, más planas, más curvadas, más grandes, bonitas, feas, más decoradas, menos...de todo tipo. Eran barbadas que había ido coleccionando a lo largo de los años. Barbadas que pertenecían a violines que había restaurado. Algunas eran del siglo XVIII (en serio???), otras de principios del XIX. Otras del XX...y así. Cada una con una historia que me hubiera gustado conocer.
Lo que me quedó clarísimo con aquello fue que, al final, lo que han ido buscando los violinistas es justamente tocar su instrumento de la mejor manera posible. Que este complemento al instrumento aparece porque cada cuerpo humano es distinto (cuello más corto, más largo, hombros caídos, o más anchos...Nada nuevo, ¿verdad?); que cada cual coge el violín de manera ligeramente distinta, y que se ha tenido que buscar la manera de adaptarse el instrumento a nosotros y no al revés. Siempre, esto sí, intentando aproximarse lo más posible a cómo se tocaban los instrumentos en cada periodo que estemos trabajando.
Este texto lo compartí hará cerca de dos años en mi Instagram, por si a alguien le suena 😉